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29 de abril de 2024

El leproso

 

Tras sanar Jesús su lepra, el hombre
se encuentra ante un mundo escéptico.

Sucedió que estando él en una de las
ciudades, se presentó un hombre lleno de lepra, el cual, viendo a Jesús, se
postró con el rostro en tierra y le rogó, diciendo: Señor, si quieres, puedes
limpiarme.

Entonces, extendiendo él la mano, le
tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante la lepra se fue de él.

Y él le mandó que no lo dijese a
nadie; sino ve, le dijo, muéstrate al sacerdote, y ofrece por tu purificación,
según mandó Moisés, para testimonio a ellos.

Una vez presentado ante el sacerdote
con su ofrenda, éste resultó ser una persona escéptica.

—Vuelve dentro de seis meses para que
se confirme tu limpieza. No me creo nada de ese Jesús con el que ayer tuve un
encontronazo dialéctico.

Al cabo de ese tiempo volvió.

—Necesito que me des el certificado
de un médico romano que diga que habías sido leproso y que ahora estás
completamente sano.

Una vez ante el médico.

—No puedo darte ese certificado
porque mi ciencia médica dicta hoy en día que tu enfermedad es incurable. Y no
solo eso, es muy arriesgado que no estés tomando las pastillas que tienes prescritas.
Tu caso puede agravarse y es del todo necesario que vuelvas al tratamiento. No
eres el primero que viene a mí después de supuestas sanaciones de ese
curandero, no le creo.

La familia del leproso tampoco se
hacía a la idea de que ya no les fuera a contagiar y determinaron que siguiera
alejado de ellos.

—Razones tendrán los médicos y el
sacerdote —se decían.

Los vecinos seguían evitándolo y
distanciándose de él.

—¿Qué hace este leproso entre
nosotros? —murmuraban.

Inmerso en las dudas que le inspiraron
los expertos, el pobre exleproso volvió a medicarse contra la lepra. Pasados
unos días volvió al médico ratificando que realmente estaba curado tal como
podía comprobar.

—Pero estás mejor por las pastillas
que te estás volviendo a tomar —apuntó el médico.

Aturdido se sentó en un banco de
piedra en la plaza principal. Sin moverse de allí oyó una voz interna y
reconocible, como la del Señor.

—Tranquilo, ya has dado testimonio a
ellos tal como te pedí, ahora no permitas que te confundan.

De modo que la vida no le cambió
mucho al exleproso pero él se sentía feliz, una alegría interior inmensa le
embargaba, habiendo sido atendido y sanado por el salvador del mundo. ¿Qué
hombre o mujer puede decir eso?

 

Tomad
de: protestantedigital.com

 

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